Tiendo a pensar que abril no es un mes grato para mí.
Me rehuso, al instante, a ese pensamiento. Me gusta el otoño por estas partes del mundo. SI hasta disfruto con pronunciar el nombre de este mes. Me resulta más grato al oído que el insulso enero o el pretencioso diciembre. ¿Y entonces?
Un 9 de abril murió mi padre. No me dio tiempo a enfrentarme a semejante partida. Tan súbita. No cuenta la enorme caballerosidad de él de esperar a que yo llegase a su casa para mirarme, decirme en su dialecto amado “esto no va más”, y desmayarse para siempre ante mi vista. Fue en abril.
Casi treinta años más tarde, un día 11 del mismo mes que, creo, no me sienta, fallecía mi madre. Aquí si hubo una larga despedida. Penosa para los que la vimos irse. Quizá, no lo sé, necesaria para que ella no dejara cuentas pendientes. Era un día de los del sol amigo de cerrar los ojos apoyado contra una pared clara.
¿Y no es el 17 de ese mes de abril mi fecha de nacimiento? Es.
¿Será que en mi abril nace y muere lo que ya se sabe nacerá y morirá y eso es demasiado patente, para mí, todo junto y a la vez?
No lo sé
Sólo sé, o al menos pienso, que experimento una incomodidad que se parece mucho a mi primer ambo de fiesta que me comprara en Thompson y Williams, el de avenida San Martín de Rosario, en abril, claro, ajustado en la entrepierna, opresivo en la espalda y largo de piernas como para arrugarse innecesariamente y hacerme sentir un espantapájaros. Así me siento. Diciéndole a mi madre, la que moriría en abril, que no me gustaba “la hechura” de esa ropa.
No me gusta la hechura de abril. De mi abril.
No me gusta la muerte de mis viejos porque no me gusta la muerte. No le encuentro motivo de felicidad al 17, a cada año, porque me muestra más cerca de lo que no me gusta. Y, sabrán disculpar, el festejo por lo vivido se parece demasiado a la tarea de los historiadores, que jamás abracé como deseo.
No me gusta pensar que no me gusta abril. Me empuja a teñir de ese disgusto cosas, hombres, mujeres que amo. Como si ese amor, fuera opaco. No me gusta porque sé que no es así. Pero así lo siento.
Hubiese querido que este escribir exorcizase mi poco gusto por abril y que el devenir de las palabras hiciera surgir (la tontería de la inspiración, ya sé) un final grato que me reconciliase con mi hechura.
Pues no ha sido.
Es que no me gusta. Y punto.