Luis Novaresio

Del lado de Sarlo, siempre

Impacta es que a días del episodio sigan descargándose las furias sobre el modo en que se rechazó un privilegio

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Luis Novaresio
Si esto fuera una declaración testimonial ante el juez, cosa tan probable en estos tiempos en donde el periodismo y el pensamiento se llevan a la justicia bajo excusa de esa ficción “netflixtiana” llamada lawfare, debería responder la primera pregunta bajo juramento con un “sí, me comprenden”.

Me comprenden las generales de la ley con Beatriz Sarlo, lo que equivaldría a decir que quedo incurso en varias de esas cuestiones que se consultan para saber el grado de imparcialidad del declarante. No soy amigo de Sarlo pero mucho la quiero y, además, la admiro. Tanto que en algunas reuniones en donde necesito presumir de algo digo que lo soy. Amigo. Declaración unilateral que causa un espléndido efecto, y quedo amparado por el hecho de que no puede ser rápidamente confirmada por la otra parte. No le debo dinero ni me debe, no tenemos juicios en contra (sigo con las causales de tacha de testigos) y, de haber un juicio por lo dicho sobre las vacunas, querría que ganara el pleito porque tiene razón.

Jamás haría una defensa judicial, mucho menos moral, sobre sus dichos de haber recibido la oferta de la vacuna “por debajo de la mesa”. Ella misma fue su mejor abogada diciendo a diestra y siniestra que se equivocó, que estuvo mal.

Si seguimos con la idea de que hay un pleito y que enfrente de esta irrepetible mujer de letras está el gobernador Axel Kicillof, las generales de la ley vuelven a crujir en mi caso. He visto en el ejercicio de sus funciones públicas un accionar honesto, sincero y alejado de toda posibilidad de enriquecimiento personal. Nótese que no uso la expresión “creo en la honestidad de Kicillof” porque la reservo para la religión que usa verdades indiscutidas. ¿Comparto todo con él? Claro que no. Eso sería, otra vez, un pacto fundamentalista y, ya se sabe, que las incondicionalidades son enfermas. En suma, imagino un duelo judicial de personas honestas. Sarlo y Kicillof lo son.

Sin embargo, estimo que, luego de unos días de tanto meneo de “ella dijo, él dijo, los otros dijeron”, se posterga, si no se olvida, el centro de la cuestión. Hubo un alguien que se plantó en su convicción de “no puedo vacunarme anticipándome al lugar que me toca, cuando me toque, porque conservo tanto como puedo algunos principios morales. (…) Como están los otros, yo no habría podido soportar su mirada si me hubiera vacunado y ellos estuvieran todavía a la espera, quizá mas enfermos, con mayores necesidades, más pobres o más viejos”.

El textual es de Beatriz en la formidable nota de ayer en el diario Perfil, de lectura obligatoria para que el que sostenga la curiosidad por las razones de los otros y del estilo de escritura infrecuente. Sarlo dijo. “No me vacuno ni aun promocionando el remedio porque no me corresponde hacerlo antes que otros”. Para hacerlo, usó una metáfora que devino infeliz, es cierto. La pregunta ahora es: ¿pesa más la metáfora infortunada o la acción moral indiscutida de respetar la igualdad ante la ley en una sociedad organizada?

Eduardo Duhalde, expresidente, jamás reconoció el error por “colarse” en la fila y nos mandó a hablar a los periodistas con el gobierno nacional (sic). Dos legisladores que juraron defender la Constitución y levantan sus manitas para sancionar leyes para todos los mortales argentinos, metieron con el brazo vacunado violín en bolsa y no aparecieron más. Resulta que Eduardo Valds y Jorge Taiana arguyeron que se iban de viaje a México con el presidente en la misma comitiva que dos legisladoras de la oposición sin vacuna ni ofrecimiento. Acá no hay achaque, imputación de cacareo, denuesto ni mucho menos insulto, como sí se hace con Sarlo que, subrayo, no se vacunó.

Sigue siendo estruendoso el silencio que aún pesa en el caso de dos ministros de la corte suprema de Buenos Aires, Genoud y Kogan, que ni explican ni se disculpan por ser vacunados VIP ni nada de nada. ¿Y el problema es Sarlo, debajo de la mesa y sus mails? De paso: ¿haremos memoria en un tiempo para no seguir entrevistando a estos mismos que hoy creen que tienen el derecho de no responder ante un micrófono?

Es verdad que se puso sin necesidad sobre la palestra el nombre de la esposa del gobernador, Soledad Queireillhac, quien habría mediado, con licitud total y con fácil explicación por su cercanía con la editorial en la que publica Sarlo, para pensar en Beatriz como vacunada que pudiera entusiasmar a los descreídos de la Sputnik. Allí hay un tema más personal que jurídico o moral. Se entiende la molestia de esta doctora en Letras que, además, es esposa del gobernador.

Lo que sí impacta es que a días del episodio sigan descargándose las furias sobre el modo en que se rechazó un privilegio; porque en el fondo lo es, aunque provenga de una campaña totalmente regular y dentro de la ley. Quizá tenga que ver con el desprecio del valor de la palabra en un país en donde un presidente destrata en el Día de la Mujer a su ministra de justicia renunciándola públicamente sin el menor consenso y conocimiento de los suyos; se clausura la palabra con piedrazos inadmisibles al primer mandatario o se propone prohibir libros o quemarlos.

El fin de la palabra, el uso literal de las mismas sin discriminar entre figuras o metáforas, es la base de la psicosis cuya incapacidad de interpretar la realidad termina con violencia. Un problema más para esta nación de la periferia, como le gusta decir a la autora del inolvidable “Borges, un escritor en las orillas”.