Luis Novaresio

El día que Horacio dijo “me cagaron” mientras Axel sonreía

De lo mucho para leer este domingo, me atrevo a recomendar a Santiago Firotti, siempre interesante para escribir.

Hoy cuenta la ruptura del diálogo entre Rodriguez Larreta, por un lado, y Alberto y Kicillof por el otro.  Arranca así:

“—¿Vieron los fondos que conseguí? —se jactó Axel Kicillof.

El anuncio de Alberto Fernández acababa de quedar atrás. Los intendentes Jorge Macri (Vicente López), Néstor Grindetti (Lanús), Diego Valenzuela (Tres de Febrero) y Jaime Méndez (San Miguel) venían de intercambiar algunas palabras con el Presidente, que había intentado contenerlos. Los representantes de Juntos por el Cambio sentían que les habían tendido una emboscada. “No es así, Horacio sabía, Horacio sabía. Pregúntenle a él”, les había respondido Alberto.

Ahora los alcaldes estaban frente al gobernador. Tenían cara de pocos amigos. Kicillof permanecía jocoso.

—Bueno, ya que nos cagaron con el anuncio y nos hicieron venir a poner la cara sin decirnos nada, queremos creer que no nos van a cagar con la plata. Que se va a repartir con los municipios —plantearon.

Kicillof negó con un gesto de sorpresa. O de desagrado. No fue sencillo, para sus interlocutores, descifrar su expresión.

—No, la plata es para la Provincia —dijo el gobernador.

Jorge Macri reaccionó con un ademán y amagó a irse. Valenzuela y Grindetti intercedieron. Le contestaron que los municipios suelen poner plata hasta para financiar la nafta de los patrulleros y que era injusto que pensaran dejarlos afuera del reparto. Por ley, el 16% de los fondos que se envían de Nación a la Provincia deben ir a las intendencias. Según Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, el 1,18% de coparticipación que se le quitará a la Ciudad para auxiliar a la Provincia representarán, en 2021, 45.000 millones de pesos. Aunque el decreto 735/2020 no establece que el fondo debe ser coparticipable, los jefes comunales dicen que les corresponde. Eso es lo que está en juego.

No para Kicillof, claro: él asegura que no hay nada para discutir y que podrá disponer a su antojo del nuevo esquema. Frente al acoso de los intendentes opositores -que en este punto están hermanados con sus pares del PJ-, el mandatario bonaerense intentó salir del paso con una nueva ironía. Clavó los ojos en Macri.

—Y, bueno, ya que Vicente López tiene superávit, ¿por qué no lo coparticipás vos también?

El primo del ex presidente esta vez hizo lo que había tenido ganas un rato antes, y no se había animado, cuando escuchó el anuncio de Fernández. Se dio vuelta, abandonó la conversación y enfiló hacia la puerta del quincho de la Residencia de Olivos. Sus socios saludaron rápido y lo siguieron. El radical Gustavo Posse había quedado relegado. Andaba con muletas y una bota, y debía explicarles a todos que se había agarrado la pierna izquierda con una puerta.

Ya frente al paisaje verde de la Quinta, en la zona donde estacionan sus autos los choferes de los funcionarios, los intendentes llamaron a Rodríguez Larreta y activaron el altavoz para compartir la llamada. El jefe de Gobierno estaba reunido con María Eugenia Vidal. “¿Qué voy a saber?”, les dijo, y miró su celular para darles información precisa. Les contó lo que un día después diría en la conferencia de prensa. Que el mensaje de Fernández ingresó 19.29 y que el acto comenzó a transmitirse 19.32. “Esto hay que decirlo“, propuso Vidal. “Y ustedes tienen que decir que tampoco sabían nada. Explíquenlo”, les sugirió a los intendentes. También acordaron que irían a la Corte Suprema.

Cinco minutos antes del mensaje de Alberto, Rodríguez Larreta había recibido otro de Eduardo “Wado” De Pedro. “¿Estás? Llamame”. Larreta no siempre anda con el teléfono en la mano. En ese momento lo tenía. Lo llamó enseguida. La conversación fue tensa. Muy tensa. Larreta habló de “traición” y de “locura”. El ministro del Interior replicó: “Vos sabés desde enero que todos los estudios dicen que tienen que devolver por lo menos un punto”. Le habría achacado, además, que la Policía estaba tomando Olivos “incentivados por Bullrich” y cerró diciendo que el Gobierno “siempre fue claro” y que habían adoptado esta medida “porque la pandemia afecta a todas las provincias”.

Más adelante, Fioritti relata:

“Macri mantuvo varias conversaciones con su sucesor porteño. Quizá no le faltaron ganas de decirle: “¿Viste?”. Durante los últimos meses, mientras la oposición se reunía con el jefe de Estado y se promocionaba el diálogo -desde Larreta hasta Martín Lousteau, pasando por los intendentes y gobernadores de Cambiemos-, él criticaba con sarcasmo las cumbres. “Reuniones de lesa ingenuidad”, las llamaba. El dato se filtró en un Zoom. Un radical le contestó: “Más daño hacen otras cosas”, en alusión a su larga estadía en Europa.

El miércoles algo cambió. Cuando el rating en la TV subía por la transmisión del acto en Olivos, Martín Lousteau le escribió a Larreta. “¿Estás viendo a Alberto? Es increíble lo que está diciendo. Voy a salir fuerte a contestarle ni bien termine, pero te pido que vos también hagas algo. Hay que salir del tono zen“. Larreta, que nunca mira este tipo de acontecimientos, esta vez sí estaba frente a la pantalla. Le contestó a Lousteau antes del cierre: “Hablá tranquilo, yo tampoco la voy a dejar pasar”. 

Por la noche, los intendentes respetaron el pedido de Vidal y subieron a Twitter su descargo. Habían acudido a Olivos -dijeron- ante las preocupantes imágenes de policías rodeando el lugar donde vive Alberto y su familia. “No teníamos información del anuncio, vinimos para reunirnos, escuchar y debatir. Nada de eso sucedió”, postearon. Fernández leyó los tuits.

Cuando llegó a su casa, Jorge Macri tenía un mensaje del primer mandatario. Chatearon y hablaron hasta tarde. Lo mismo ocurriría, al otro día, con Grindetti y Valenzuela. “Les pido disculpas”, insistió Alberto. “Se preocupó por escribirnos que no nos quiso traicionar, que él estaba convencido de que nosotros sabíamos cuál era el anuncio. Estaba insistente con no romper el diálogo”, contó uno de ellos.

Con Rodríguez Larreta no volvió a tener contactos. El mensaje que le envió el miércoles, por primera vez, no tuvo respuesta. “Me cagaron”, vociferaba el jefe de Gobierno. Hubo dirigentes que le pidieron que la réplica fuera esa misma noche. No quiso. Estaba en trance. No solo eso. No hubiera tenido tiempo para estudiar cada palabra de la presentación. Es su estilo.

El jueves, pasadas las 17, lo vieron preparar el discurso, despatarrado en un sillón de tres cuerpos de su despacho. Vestía remera gris y zapatillas, y comía manzanas cortadas en juliana. Mientras pulía y ensayaba el texto, hacía consultas. Solo atendió una llamada. La de su esposa, Bárbara Diez, que llamó para desearle suerte. Dos horas después, se cambió la remera por una camisa y un saco y encaró los micrófonos”

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