Conozco a Gaby desde que tenía 20 años. Apenas verla, dos sorpresas: su vitalidad, sus ganas de hacer, sus proyectos, su inteligencia. Luego, claro, su belleza. Probablemente la rubia más linda que vi. Pero su proyecto de hacer y ser hacían secundario todo lo demás.
“Quiero ser antropóloga” me dijo un día en Rosario.
Treinta años más tarde la abrazo en Salta. Dirige el Museo de Alta Montaña. Ejemplo y orgullo en el mundo. Ella es la rubia más bella que he conocido. Pero, otra vez, sus ganas de hacer y la felicidad por lo hecho, su inteligencia vital y su contagiosa pulsión de vida siguen siendo lo que más impacta.
Hoy en LA NACION se publica una nota sobre el museo que dirige.
De rosarino a rosarina. De amigo a amiga, mi orgullo emocionado. Aquí, la nota:
Hace más de 20 años, tres niños lograron conmover a la comunidad científica del país y del mundo cuando sus restos fueron encontrados cerca de la cima del volcán Llullaillaco, en Salta. Pero lo llamativo no fue solo el hallazgo de estos infantes, sino su estado de conservación y el misterio detrás de su curiosa aparición.
En 1999, una expedición dirigida por Johan Reinhard, explorador de la National Geographic Society junto a su colega Constanza Ceruti, de la Universidad Católica de Salta, descubrió los cuerpos de tres niños en lo alto del volcán Llullaillaco. Estos tres pequeños eran de origen inca y fueron ofrendados a la montaña como parte de un ritual sagrado conocido como “capacocha”, más de 500 años atrás.
En esa ceremonia, los incas llevaban a los niños en una extensa procesión que partía desde Cuzco hasta la montaña -donde fueron sepultados los cuerpos, a 6739 metros de altura- con el objetivo de “entregarlos” a los dioses.
“Para los incas, en la ‘capacocha’ los niños no morían, sino que era un tránsito para encontrarse con los ancestros y convertirse en dioses protectores de las comunidades asociadas a esas montañas, que para ellos eran sagradas”, explica a LA NACION Gabriela Recagno Browning, antropóloga y directora del Museo de Arqueología de Alta Montaña, donde actualmente se resguardan los restos.
“El Llullaillaco es el sitio arqueológico más alto del mundo, es una plataforma ceremonial. Cada niño se encontraba en una pequeña tumba individual a 1,80 metros de profundidad. Estaban enterrados y rodeados de una serie de objetos que constituían su ajuar”, indica Recagno Browning.
La mayor es “la doncella”, de aproximadamente 15 años de edad: fue descubierta sentada, con las piernas cruzadas y los brazos apoyados sobre el vientre, con un vestido marrón y un conjunto de adornos colgantes de hueso y metal, peinada con trenzas y un tocado de plumas. Se cree que la joven pudo haber sido una de las mujeres especialmente elegidas como “vírgenes del sol” para ser ofrendada a los dioses incas. “Estas mujeres eran criadas y educadas al servicio del inca y sus ceremonias. Otras servían al inca o eran destinadas a desposar a los gobernadores, y a otras se las educaba para tejer para las ceremonias más importantes del imperio incaico”, detalla la antropóloga.
El segundo de los pequeños, “el niño”, de alrededor de siete años, fue hallado sentado de rodillas sobre una túnica gris, vestido con una prenda color rojo, una vincha sobre la frente y un adorno de plumas, con la mirada puesta en dirección al sol naciente. “Los tejidos de su indumentaria son ceremoniales, de una altísima perfección y los colores indican que pertenecieron a una elite”, agrega Recagno Browning.
La última de las jóvenes del Llullaillaco es “la niña del rayo”, de un poco más de seis años, llamada de esta forma porque en algún momento, desde que fue enterrada en su tumba en la montaña, un rayo impactó sobre la superficie y quemó parte de su rostro y su hombro. La encontraron sentada con las piernas flexionadas y las manos semiabiertas, con un vestido marrón y cubierta con una manta de lana.
“Cada uno de ellos tenía un ajuar que lo acompañaba en sus tumbas. Cada ajuar tiene que ver con el género. Las niñas llevaban objetos de cerámica como platos, jarros, bolsas y elementos de costura, mientras que el niño portaba estatuillas de plata y oro, pequeñas llamas y estatuillas de objetos vinculados a las actividades productivas”, señala la directora del museo.
Pero, a fines del siglo pasado y aún en la actualidad, lo que más llamó la atención de los expertos fue el excepcional estado de conservación. “Son niños que se han momificado naturalmente porque el frío y la presencia de la ceniza volcánica garantizaron su conservación y absoluta preservación. Para nosotros, estos no son cuerpos, sino niños mensajeros de otros tiempos con un enorme potencial simbólico y científico”, determina Recagno Browning.
Los increíbles niños del Llullaillaco permiten, a su vez, comprender el modo de vida de su comunidad. Según el sitio de National Geographic, a partir del análisis bioquímico del cabello de “la doncella”, se detectó que la niña experimentó cambios en su alimentación un tiempo antes del sacrificio.
En el año previo a su muerte, su dieta varió de alimentos simples a productos más nutritivos, lo que indicaría que se volvió de un estatus más alto, el de elegida para el ritual. Asimismo, en los últimos meses de su vida ingirió grandes cantidades de alcohol y coca, utilizados para inducir estados alterados de conciencia asociados con lo sagrado, aunque es probable que estas sustancias intentaran sedar a los niños en la alta montaña antes de enfrentar su destino, de acuerdo a lo consignado por National Geographic.
Hoy, los niños reposan en el Museo de Arqueología de Alta Montaña, que depende de la Secretaría de Cultura de Salta, y se mantienen intactos gracias a un sistema de criopreservación: los cuerpos se encuentran en cápsulas a 20 grados bajo cerocon iluminación filtrada.
Además, sus restos se presentan a los visitantes del museo de forma individual y rotativa, cada seis meses, para que no sufran una prolongada exposición a la luz.
Más de 20 años pasaron desde su hallazgo, pero los niños de Llullaillaco todavía conservan pistas que servirán para descifrar nuevos detalles sobre la vida de los incas. “Hay muchas investigaciones en curso actualmente. Algunas son sobre los textiles, que funcionan como un lenguaje y pueden interpretarse simbólicamente, ya que los incas no tenían escritura y los textiles expresaban un mensaje. También se está profundizando en cuestiones del ADN de los niños, para determinar paleopatologíasque pudieron tener, y se está trabajando sobre las distintas materialidades o pigmentos de los niños en el cuerpo”, concluye Recagno Browning.