Luis Novaresio

Ella va por todo

Ayer publiqué esta nota en Infobae. La comparto

Alberto Fernández intentará convencer a Daniel Rafecas. Esta semana (¿el martes?) lo convocará a la Rosada para que deponga su idea de no aceptar un eventual nombramiento como procurador con la sola mayoría simple de los votos del congreso como quiere, por atropellada, el kirchenrismo más duro. Rafecas no habla con nadie. Ni en on ni en off. Sólo alguien allegado a su familia se atrevió a decir en estricta reserva: “No hay modo de que dé marcha atrás con lo que dijo”. El juez federal había asegurado que si cambiaban el modo de elegir al procurador, declinaba su candidatura.

El presidente se precipita, otra vez, a la desagradable patria en donde hay solo una que gobierna y tiene el poder. Fernández creyó que podía ir por consenso a obtener la nominación de Rafecas como jefe de todos los fiscales acompañado de algunos sectores de la oposición. Si hasta la receptora de mensajes del más allá Elisa Carrió, fundadora del carriócentrismo, había bajado a la tierra de los mortales falibles ofreciendo el mal menor de pedir el voto por él. El corcoveo del deshilachado Mauricio Macri no hizo mella en el tema. Estaba al alcance de la mano del presidente un verdadero triunfo en la ciénaga judicial consagrando a su (amigo y repetido contertulio en varias causas penales) candidato. Entonces, su vice hizo lo que no hay que hacer en un pantano: Agitar los brazos de sus disciplinados senadores (el incansable e inclasificable Oscar Parrillo dijo “a mi juego me llamaron”) y las piernas de sus diputados deseosos de ser más papistas que ella. Hundieron a Rafecas. Cristina, a la hora del poder y especialmente del judicial, gobierna. Y a otra cosa.

La tremenda consecuencia de este hecho solo puede quedar empañada por las crisis del Coronavirus y del shock dramático de la economía argentinas. Nuestro país está en bancarrota y trepa en la horrible estadística de ser uno de las peores naciones con contagio y muertos por COVID. Allí, Alberto no puede buscar satisfacciones. Luego de la epístola de las certezas a los fieles K invocando consensos, la vice presidenta (y su hijo jefe de bloque de diputados, hay que decirlo) tomó las riendas de las cosas y sacudió unilateralmente al poder ejecutivo que trataba de tejer acuerdos con empresarios, con el inconstitucional, confiscatorio y demagógico impuesto “a los ricos”. Un gesto, nada más, de poder. Cuando fue presentado en abril por Carlos Heller se hablaba de escasos 8000 contribuyentes afectados. La autora del cepo, hoy a cargo de la AFIP Mercedes Marcó del Pont ya habla de 12.000 pagadores. Un botón de muestra del papelón impositivo. Subyace allí el ejercicio de poder K. Van por todo.

El Procurador, jefe de todos los fiscales federales, es un jefe en serio. Ordena con instrucciones generales (que pueden ser bien particularizadas) qué se persigue penalmente y qué no. Qué se apela y qué no. Las atribuciones de este órgano extra poder es fenomenal. Por eso, los constituyentes y sus autores de tradición jurídica pidieron una mayoría agravada para nominarlo. CFK se aburre con esas minucias de división de poderes y controles. Ella cree que la democracia es sólo el gobierno de las mayorías, omitiendo lo que todos conocimos en los elementales manuales de instrucción cívica en la escuela, que postula que no hay democracia de los que sacan más votos si no hay respeto de las minorías. El “armen un partido y ganen las elecciones” es un rasgo de la personalidad de quien lo dijo. Y, ya se sabe, una persona puede cambiar de ideología pero no de temperamento personal. Allí está ella, para quien quiera verlo, atenta a su propio devenir judicial.

Si esta semana Rafecas se planta en sus trece, como todo lo hace suponer, si el Congreso avanza en el cambio de sistema de elección del procurador es probable que el caballo de Troya K abra sus ingresos y deje salir a la Alejandra Gils Carbó de estos tiempos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de todo esto? De seguir dando pasos al achicamiento del oxígeno institucional y de la confirmación de que en un país presidencialista duro sólo hay espacio para un ejecutivo. Y parece que es ella. Que sigue yendo por todo.