Luis Novaresio

Esta nota no le va a interesar a nadie (salvo a Macri o a Milei, quizá)

Tengo la peregrina idea de hacer un cambio de pasaje comprado en Aerolíneas Argentinas.  De movida:  ¿a quién se le ocurre?  ¿Te enfermaste, tuviste que laburar, te moriste? Lola, mi estimado.  No me vengas que en otras compañías se puede.   Acá, negativo. 

Persisto.  Porque lo que la naturaleza no me dio de inteligente me lo dio de terco.    Entro en la página.  Los vuelos “no volados” (sic) dejan un ticket abierto que sólo puede modificarse por teléfono o personalmente.  On Line?  A quién se le ocurre? ¿Es un cambio de pasaje muy sofisticado?.  Un tipo Qatar/Beravebu?   Y no.  Es un Buenos Aires/Rosario ida y vuelta.  ¿Y no se puede on Line?  Nuuuuuu.   De cuerpito gentil o poniendo la oreja en el teléfono. 

Personalmente es en calle Peru 2.   Comodísimo, claro.   A metritos de Plaza de Mayo. Busqué con dedicación si hoy no hay paro de metrodelegados, que meten medida de fuerza cada quince segundos porque quieren laburar 5 días, menos de 6 horas en cada jornada (ahora, es verdad,  en año electoral se acuerdan, además, del asbesto) o si no hay corte de las corrientes diversas, desde la clasista y combativa hasta la “tecortoporquesemecanta”.     Desistí

Vamos al teléfono. 0800.  Estoy en cama con Levofloxacina 500 cada doce.  Puedo esperar.  Después de sortear 9 opciones (dice 9) de si soy argentino, de si viajo en el país, de si el cambio es para las próximas 96 horas o no, te ponen en espera.  Ahi te vienen 18 acordes idénticos (los conté)  con trompeta y bajo (creo que no son ninguno de los dos pero a mí me sonó a eso) que me trajo a la memoria la Balada de Estela Raval y Romerito.  Lo siento para los sub 40.   ¡Gloria y loor a la gran  Estela, a Lolita Torres y a Ramona Galarza, seres del bien y enormes artistas! Lo tenía que decir. 

Cuarenta y nueve minutos de trompeta (ldice cuarenta y nueve de espera, a esa altura, de  puro -dice puro- terco, se sabe) y aparece una niña.   Tono de “justo para esto me llamas” pero me hago el desentendido.   Te pide como si estuvieras rindiendo derecho procesal civil sin bolillero número de reserva, número de ticket y demás.  Avanzas un casillero.  Le das la fecha del nuevo viaje con número de vuelo y horario porque lo estás viendo en la pantallita de tu compu que entra en modo dormir de tanta espera.   “Es a las 13,15. No 13,50” insiste la niña de voz anémica (es eso, falta de hierro, ahora me doy cuenta).  Y vos ves en la compu que dice 13,50. Con miedo, aterrado por que te corte y nunca más vuelvas a tener el derecho a que te atiendan, le decís con voz maricona:  “pero me parece que es 13,50”.  Entonces ella dice lo que nunca querías escuchar.   “Aguarde un momento”.  Y se va. ¡Se va!   Ni Estela ni la trompeta ni Lali disciplina (lo que amaría entrevistarte, Lali). Se va.   Vos miras como poseído el teléfono.  Tenés meido que el aire que entra por la ventana lo roce y se apague, se bloquee o que explote.   Nada.  Muda. 

De repente, heroico, decís “holaaaa”.    Y ella aparece y te dice: “tiene que aguardar. Lo mutéo (desconozco si lleva tilde, reales académicos)  mientras verifico”.  Santa de mi vida.  ¿Qué querés verificar?  Si lo estoy viendo en la pantalla.  Es 13,50, !madre de la virgen!, o como sea la invocación religiosa.

Por fin, la niña (su anémica voz luce de 25) aparece:  “Es verdad.  Tildé otra cosa.  Es 13,50”.  Vos sentís que descifraste el bozzon de Higgs pero no exhibís petulancia.   Avancemos.    Diez minutos de reloj para cambiar dos fechas de pasaje.  Porque el pasajero y el tramo son los mismos. 

Te informa de una diferencia de pesos.   Los pago, decís vos transpirando de alegría.   “Lo derivo al conmutador”.   Ahi vuelve el pánico,  el vacío, la sensación de infarto precordial.   ¿No puede usted tomar mis datos que son de la misma tarjeta que ya pagué originariamente? Mi candidez, me puede.   ¡Siempre supe que era un boludo!  Apenas acá ratifico.     Pasa el conmutador -sin Estela- y una voz que el doblaje del super agente 86 consideraría vieja te va dando los pasos de poner números de tarjetas vencimiento, seguridad y eso.   La conmutadora (porque creo que es dama) te pide que aguardes que te remanda a la anémica.   Silencio.  Profundo.   Te atiende la chiquita.  ¿Y qué te dice?  “Tu tarjeta ha sido rechazada”.  Me tutea.  Generamos un vínculo, digamos todo.  Antes que le digas que en la espera compraste tres remeras y una espumadera con esa tarjeta, agrega.  “Estamos teniendo problemas con las tarjetas.  ¿No tiene otra? Pero que no sea de Mastercard”. Lo juro.  Enésima desilusión: ¿No eras para todo el resto,  MAster de mi vida?  Pues no. 

Vencido, pongo otra tarjeta.  Conmutador, espera, operación exitosa.    Me llevó una hora de reloj cambiar una fecha de un pasaje a Rosario pro Aerolineas Argentinas. 

Yo ya sé que 6 de cada 10 pibes es pobre, 7 come de lo que le provee el estado y la mitad de todos los argentinos está cayéndose de todo sistema.   Lo dijo el cardenal Mario Poli los otros días, casualmente en su última homilía y sin  que la vicepresidente estuviera mirándolo.   Casualidades.   Esta tragedia que profundizó hasta un piso nunca visto el peor gobierno de la democracia encabezado por Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa, Los gremios, los movimientos sociales y demás, hace que mi historia sea una nimiedad. 

Sin embargo, de algo, creo podría servir para reflexionar en tiempos electorales y de debates ásperos.    Aerolíneas Argentinas es una empresa del estado.   En nuestra patria, “del estado” significa “de nadie”. Los ingleses, que mucho dijeron sobre el tema, enseñan que “lo público es de todos. No de nadie”. Recibe cientos de millones de subsidios -que pierde sistemáticamente- para que haya sido una agencia de colocaciones de amigos (de la Cámpora, a mansalva)  y presta un servicio mediocre.  Bajo la excusa de que llega a lugares no rentables que otras no tomarían (es cierto) hace mediocre el servicio para todos no logrando cambiar un vuelo a Rosario on Line o atendido en un tiempo razonable de forma amable.  Es un modo de pensar.    Y, además, una empleada, anémica, bien remunerada, con estabilidad laboral, ingresada sin concurso y por algún amigo, se siente con el derecho a no pedir disculpas por la tardanza ni los errores,  con la peor onda a un cliente.  La patota como norma.  Clima de época. 

No es casual que, reproducidas cada y una de las llamadas y de las situaciones análogas o similares a las que te conté, surjan discursos de dinamitar todo, arrasar cosas o destruir entidades.   Una parte -dice una parte- del campo fértil para esos “arrasadores” -algunos ideológicos y otros pre ideológicos y con vena autoritaria-,  se abona con estas actitudes.  

Los dejo.  Me toca la Levo de las 12 horas.