Hace décadas que a la Argentina le cuesta encontrar la senda del desarrollo. Muchos lo atribuyen a los desequilibrios macroeconómicos que distorsionan en el tiempo las proyecciones de cualquier modelo de negocio; otros, a la falta de seguridad jurídica que desalienta la inversión de quienes buscan un marco legal que la cuide y la preserve en el tiempo.
Opino que hay algo de jerarquía superior que conspira: la falta de un acuerdo básico entre todas las fuerzas políticas más representativas del entramado social que se comprometan a apoyar como gobierno o como oposición, consistente y sostenidamente en el tiempo, algunos pocos pero contundentes elementos que jueguen un rol central en el desarrollo económico argentino.
Los ejemplos nos pueden ayudar a comprender cuáles son las discusiones que nos debemos y qué oportunidades dejamos pasar cuando no las abordamos. Las oportunidades perdidas son puestos de trabajo que no se crean, divisas que no se exportan, impuestos que no se cobran, modelos inclusivos de gestión pública en salud y educación que en el largo plazo se vuelven, como consecuencia de su desfinanciación, inviables. Dado que los recursos son limitados, establecer prioridades sería la principal misión de este Consejo Económico y Social. Responder algunas preguntas claves nos ayudaría a consensuar sobre esas prioridades.
¿Debe el Estado seguir subsidiando la educación privada absorbiendo parcial o totalmente los sueldos de los docentes de sus instituciones? ¿O sería más eficiente destinar esos fondos a mejorar la calidad de los colegios y universidades públicas?
¿Podemos implementar mecanismos que incentiven a los alumnos de nivel secundario a abrazar profesiones cuyas salidas laborales en los próximos veinte años sean más concretas?
¿Estamos dispuestos a apostar por la propiedad intelectual y la innovación tecnológica para convertir a nuestro país en un generador de patentes y proyectos de investigación en las nuevas ciencias del conocimiento?
¿Tenemos suficiente acuerdo sobre las industrias que cuentan con ventajas competitivas obvias para desarrollar crecimiento y generar puestos de trabajo de manera que podamos darles incentivos fiscales y créditos que aceleren dicho proceso?
¿Cuáles son las manifestaciones de poder adquisitivo que queremos someter a una tributación más progresiva y en qué casos preferimos reducir la presión fiscal para generar incentivos que hagan crecer la torta en lugar de sólo pensar cómo podemos redistribuir mejor una que es cada vez más chica?
¿Cómo podemos construir un mercado laboral más flexible y competitivo para los nuevos puestos de trabajo que no altere los derechos adquiridos de los más antiguos? ¿Podemos encontrar mecanismos de resolución de conflictos que no avancen sobre los derechos de los demás?
La lista no pretende ser enumerativa ni exhaustiva, sino más bien disparadora de ideas provocativas que nos permitan como sociedad recuperar el debate del futuro; pero también comenzar a repensar el país de la pospandemia cuya economía quedará suficientemente debilitada para exigirnos a todos los dirigentes políticos, sociales y empresariales, dejar nuestros egos en un bolsillo y aunar voluntades que le den a nuestra gente, al menos, un horizonte de esperanza. Pero para eso hay que comenzar ya. La pobreza nos interpela a todos con un sentido de urgencia como pocas veces vivimos antes.
Me imagino una mesa con mucho diálogo, poca gente, pensamiento estratégico pero espíritu implementador, sin estridencias ni vedetismos, sin espacios para ególatras que se piensen como dueños de la verdad pero tampoco para tibios que nunca están dispuestos a jugarse el pellejo por la patria. ¿Será posible esta vez?
* El autor de la nota es el Director general de Syngenta
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