Luis Novaresio

¿Qué tiene Uruguay que no tenga la Argentina?

Hoy leo en La Nación una nota de Fernán Saguier que, creo, es de lo más interesante publicado en este fin de semana. Fernán Saguier se pregunta qué tienen los uruguayos que no tenemos nosotros para que les vaya como les va. El texto completo está aquí https://www.lanacion.com.ar/politica/gracias-uruguay-nid2410284

Saguier comienza contando un hecho notable: “Montevideo, Uruguay. 25 de mayo pasado. El presidente Luis Lacalle Pou, que apenas lleva tres meses de gobierno, va a visitar a su antecesor, Tabaré Vázquez, a su casa del Prado.

Lleva entre las manos una carpeta. Es el plan contra el coronavirus que le envió Vázquez solo seis días antes. El documento, elaborado por técnicos del Frente Amplio, tiene cien páginas. Lacalle lo lleva subrayado y marcado con papelitos de colores que separan las partes sustanciales.

Se saludan en la puerta, ambos con tapabocas. La reunión dura una hora y media.

Al concluir, Lacalle dice: “Venimos a buscar coincidencias, no diferencias. Hablamos de la situación general. Hay más coincidencias que diferencias”.

Uruguay nunca impuso una cuarentena obligatoria. El efecto de la pandemia golpea fuerte en lo social, con gente que pide ayuda y la atienden con ollas populares, y muchos ciudadanos sin nada, viviendo en la calle. El país vive un fuerte clima de debatesobre esta situación, tanto en ámbitos legislativos como por declaraciones en los medios. Siempre con respeto, sin escándalos, sin agresiones.

El gobierno encara una profunda reforma en el sistema de seguridad social. Para la comisión de expertos convocada a tal fin se anuncian representantes del oficialismo y de la oposición. Harán un primer diagnóstico y, luego, un proyecto de ley. Juntos.”

Más adelante, la nota dice: “Hay más. Tras asumir el cargo, el nuevo canciller, Francisco Bustillo, exembajador en España del opositor Frente Amplio y amigo del presidente argentino, Alberto Fernández, visitó a todos los expresidentes uruguayos para invitarlos a participar de una “política de Estado”. Hasta el propio Pepe Mujica, con sus 85 años, y a pesar de la pandemia, lo acompañó, aunque es bien conocida su discrepancia con la postura oficial de que “Venezuela es una dictadura”.

Explica a LA NACION el expresidente Julio María Sanguinetti: “Uruguay siempre construyó una convivencia democrática armónica, en la que la institucionalidad ha sido fuerte. Cultivamos un estilo que busca acuerdos y entendimientos. El respeto personal no se pierde. Los expresidentes, por ejemplo, venimos de orígenes muy diversos, pero nunca dejamos de tener diálogo, no siempre coincidente, porque creemos que así seguimos contribuyendo a la vida democrática. Por otro lado, nuestra Justicia es independiente, comete errores, pero no se subordina a la vida política”.

 

En resumen, la transición fue ordenada y republicana, los presidentes entrante y saliente no se limitaron al protocolo y se prodigaron auténticas señales de respeto y apoyo. La pandemia se combate con unidad política, en las protestas se cuidan las formas de evitar la violencia, los sindicatos aceptaron una rebaja del poder adquisitivo para preservar el empleo, y mientras tanto se hacen acuerdos entre gobierno, sindicatos y empresas, dialogando en la misma mesa.

Hoy, acaso como nunca, lejos de cualquier pompa y con cierto rubor por hacerle sombra al hermano mayor rioplatense, ese vecino con diez veces menos cantidad de habitantes y quince veces menos territorio nos esté dando la mayor lección de nuestra historia común: la de armonía y tolerancia.

No por casualidad emigran hacia allí grandes empleadores argentinos.Van detrás de previsibilidad, reglas claras, seguridad jurídica, entre otras cosas, pero sobre todo hastiados de maltrato, enfrentamientos y rencores.

Si uno tuviera que dibujar la imagen de la Argentina actual, sería la de dos manos pulseando, enrojecidas, cada una tirando para su lado. Un derroche de energía que nos inmoviliza, el desprecio y el prejuicio por sobre cualquier afinidad o puente de contacto. Con metrallas de discordia que nos distancian cada día más.”

Saguier se pregunta: “Supongamos, por un momento, que el presidente Alberto Fernández invita a la Casa Rosada a su antecesor, Mauricio Macri, para consultarle su visión sobre la marcha de la pandemia en el país y sobre las consecuencias económicas que acarrean más de 130 días de cuarentena. Estaría dando una saludable señal de madurez política y un inequívoco mensaje de distensión hacia toda la dirigencia argentina, desde el actor más conocido al más marginal. Hizo exactamente eso con el intendente Horacio Rodríguez Larreta. Le ha dado su lugar, respetado y elogiado, al punto de llamarlo “amigo”.”

Así termina la nota: “Hace casi veinte años, desde estas mismas páginas, el inolvidable periodista Germán Sopeña se preguntó cómo salir de la crisis que más de medio año después acabaría con un gobierno constitucional. Corrían los primeros meses de 2001 y los actores en gran medida eran otros, con excepción de los sindicalistas, pero las conductas marcaban posiciones irreconciliables, como hoy.

Decía Sopeña que esperar este tipo de actitudes parece más próximo de la utopía que de la realidad.

¿Por qué parecen más bien una utopía?, se preguntaba. “Porque representan cierta mentalidad de grandeza y de falta de resentimientos a los que no suele acostumbrarnos la dirigencia argentina. Ese tipo de actitudes fuera de lo común es lo que hace que los países superen una situación difícil para entrar en una etapa distinta, con otros problemas nuevos, seguramente, pero habiendo resuelto la incertidumbre y el desasosiego anteriores”, concluía.

“El mayor problema de la Argentina a lo largo de muchos años es que no ha sido capaz de producir un número de dirigentes capaces de asumir la necesidad de grandes cambios. Una persona no basta. Dos tampoco. Hace falta una coincidencia básica entre muchas cabezas pensantes y activas”, decía.

Coincidencia. Esa es la palabra clave. Pero para ello es necesario empezar por lo básico, deponer antagonismos irreductibles. Pensar en la sociedad en su conjunto y dar los pasos que nadie en su sano juicio rechazaría: diálogo, espíritu de resolver los conflictos naturales de la vida pública dentro de contextos de concordia, sana convivencia política, acuerdos, consenso, sin imposiciones, ofensas ni agravios. La sociedad está observando baldada y absorta.

Todo esto requiere salud mental, grandeza y generosidad. No es tan difícil. Basta con levantar la vista y mirar al otro lado del charco. Y decirles a los uruguayos: ¡Gracias!

Ellos, con su habitual don de gentes, nos retribuirían con su inconfundible: ¡Merece!