La tibieza no tiene buena prensa. Se la vomita, se la considera poco jugada, insustancial. ¿No merece reivindicarse ese estado de serenidad para pensar, para decidir?
El antropólogo Carlos Granés publica una nota en Clarin que vale la pena recomendar. Aquí está:
“Aguachirles”. Ese fue el insulto que les lanzaron los estridentistas mexicanos al grupo de poetas cosmopolitas de los años ‘20 del pasado siglo, los Contemporáneos. La ofensa pretendía ser doble. Apuntaba a su tibieza política y a sus amaneramientos, porque al menos tres de ellos eran abiertamente homosexuales.
Ser tibio en política y ser maricón era prácticamente lo mismo (Rivera los llamó así, “maricas” y Orozco, “los anales”; Gustavo Petro los habría llamado “asexuados”). Por aquellos años empezó a ser muy mal vista la tibieza, algo así como un vicio superado por los nuevos tiempos.
Kyn Tanilla, otro estridentista, decía en uno de sus poemas “Que los cráneos calvos estallen en la punta de nuestros garrotes / después nosotros subiremos sobre el montón de cadáveres / para ver desde más alto… /¡VIVA LA RABIA! / Matemos a los pacifistas y a los neutrales”. Y el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón escribía por la misma época: “Nací odiando la monotonía / de las almas en paz”.
En Colombia, nuestro equivalente cafeínico fueron Los Nuevos, un grupo que detestó el aguachirlismo de la generación previa, la del Centenario, reflejado en su intento de congregar a los tibios del liberalismo y del conservatismo para evitar futuras guerras civiles.
El editorial del primer número de su revista, donde publicaron futuros fascistas y futuros comunistas, terminaba abogando por un “violento deseo de renovación”. Y en Argentina, el menos tibio de todos, Leopoldo Lugones, llamaba directamente a los jóvenes a inmolarse por la patria: “Almas frescas como banderas argentinas tendidas con todo el trapo a la brisa generosa de una mañana de combate”.
Cosas de la época: en Perú los poetas apristas e indigenistas también llamaban a la acción, aunque no a favor del fascismo de Lugones sino del marxismo: “Todos los días desde el andén de las auroras / saludas con el albazo de tus pupilas / a tu madre la revolución / Vértice de montañas en marcha / oleada titikaka / INDIO DEL ANDE”, escribía el andinista Emilio Vásquez.
Todo el ímpetu y toda la prepotencia (y eso que no tenían Twitter) de esta generación tuvo como blanco a ese tibio que no se comprometía con el espíritu nuevo, revolucionario, y que seguía atado a cosas tan viejas y decimonónicas como la democracia y el liberalismo. Y es que por ahí iba el asunto.
Buena parte de esos poetas acabaron en las filas del fascismo o del comunismo, atacando al común enemigo: los aguachirles, los tibios, los asexuados. Es decir, a los centristas liberal demócratas. O lo que es igual, a quienes defendían, como los Contemporáneos, la libertad, la libertad de estar al margen, de vivir la vida que a uno le da la gana vivir, despolitizando la existencia y no jugando el juego impuesto desde Twitter o desde algún púlpito por aspirantes a pastores de rebaño o a sacerdotes de nuevas feligresías.
El tibio, en últimas, es alguien que vive y deja vivir. Su máxima en la vida es no joder, y sólo salta y sólo jode y sólo es radical cuando advierte que algún machote-revolucionario-nacional-populista, del signo que sea, se mete en su vida y atenta contra sus libertades. Entonces no le tiembla la mano para denunciar, con la más absoluta virulencia, el amor al pueblo, a la patria o a la revolución con el que se pretende disfrazar la egolatría y el despotismo.
Fuente: https://www.clarin.com/opinion/ensayito-tibieza_0_nq9wfQrVw.html